TANAINA

viernes, 2 de agosto de 2013

                                          Carta de un ser querido con Alzheimer

Hace ya casi tres años que me alejé de todos ustedes, los seres que más amaba en la vida. Me fui poco a poco sin que nos diéramos cuenta, lo cierto, es que los abandoné. No cabe la menor duda que estoy fuera de este mundo pero deambulando con mi cuerpo inerte en contra de mi voluntad. No soy yo, pero ante todos ustedes sigo siendo yo. Es mi cuerpo el que no puede valerse por sí mismo y aunque mi esqueleto sin alma, sigue dando problemas, ¡convénzanse de una vez por todas y por favor entiendan que estoy muerto!, esto no es vida. No entiendo nada de lo que hablan, no los escucho, no puedo alimentarme, no puedo asearme y sobre todo no puedo abrazarlos. No puedo decirles cuánto los amé y cuánto deseo despedirme sin más deshonra. A veces tengo unos segundos de conciencia, menos mal que son solo segundos porque si mi lucidez fuera más larga querría sin pensarlo dos veces, dispararme en la cabeza. Si tuviera conciencia prolongada podría pararme quizá de esta silla de ruedas, aquí en este rincón en el que estoy metido, y buscar a un amigo, un médico una enfermera para pedirle que se apiade de este pobre cuerpo miserable y le permita descansar para siempre.  ¿Que no están de acuerdo con mi eutanasia? ¿Que no puede ser posible porque no firme con anterioridad mi testamento Vital? ¿Que no debo aplicarme el suicidio asistido? ¿Qué no tengo derecho a un homicidio por piedad? ¡Por favor!, mírenme, obsérvenme bien, y juzguen por ustedes mismos: ¿Tengo que seguir arrastrándome por este mundo? ¿Debo andar empapado de orines, a veces sucio y esperar horas hasta que la enfermera me mude? ¿Debo seguir mirando hacia el infinito sin ver nada? ¿Tengo que continuar respirando porque “estoy vivo”? ¿Tengo que seguir existiendo sin sentir, sin ver, sin reír, sin poder disfrutar del sol y el agua?, ¿eso es vida? ¿En verdad creen que estoy vivo? No soy yo y quiero irme de una vez, por favor ayúdenme a morir con la poca dignidad que me queda.
                                                                      Tomado del libro sobre Eutanasia

                                                                       María Soledad Rico Sanin

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