Hace ya casi tres
años que me alejé de mi familia, me aparté de los seres que más amé en la vida.
Sucedió poco a poco sin que nos diéramos cuenta y lo único cierto es que simplemente ya no estoy, los abandoné. Mi cuerpo inerte a merced
de extraños es lo único que queda de lo que fui. No cabe la menor duda que esto no es vida, me
hallo humillado en un cuerpo que no puede valerse por si mismo. No quiero
existir, no es mi voluntad. No soy yo, es mi cuerpo rígido, convertido en un esqueleto sin alma, causando problemas y angustia a mis hijos y
mis nietos. ¡Por favor entiendan que estoy muerto!, esto no es vida. No comprendo
nada de lo que hablan, no los escucho, no puedo alimentarme, no puedo asearme y
sobre todo no puedo abrazarlos. Ya estuvo bien, son noventa y cinco años. ¡95!,
en los que a veces me parece que tengo unos segundos de conciencia. ¡Menos mal!
que son solo segundos, porque si mi lucidez fuera más larga, querría sin
pensarlo dos veces, dispararme en la cabeza. Ojala en esos segundos de
conciencia, pudieran creer en mi mirada y entender cuánto los amé y cuánto
deseé despedirme sin deshonra. Si tuviera conciencia prolongada podría pararme
quizá de esta silla de ruedas, desde el rincón en el que estoy metido, y buscar
a un amigo, un médico, una enfermera para pedirle que se apiade de mi miserable
cuerpo y le permita descansar para siempre.
¿Que no están de acuerdo con mi forma de descansar? ¿Que esto es eutanasia?
¿Que no puede ser posible porque no firmé con anterioridad mi testamento Vital? ¿Que no debo decidir y optar por un
descanso asistido? ¿Qué esto sería un suicidio? ¿Que nadie puede socorrerme?
¿Es que no lo merezco y no tengo derecho a una siesta eterna y piadosa?¿Que es
propiciar mi muerte? ¿Quién puede llegar a creer que estoy vivo? ¡Por favor!,
mírenme, obsérvenme bien, y juzguen por ustedes mismos: ¿Tengo que seguir
arrastrándome por este mundo? ¿Debo andar empapado de orines, a veces cagado y
apestando, esperando varias horas hasta que la ayudante o practicante de turno
en este “centro de cuidado para enfermos”, me limpie con la asquerosa esponja
amarilla, mojada de agua hedionda que me deja impregnado de olor a caño? No
todos los días me riegan agua limpia, no me duchan, mis huesos son pesados y
por la suciedad me han salido escaras, peladuras dolorosas que no me lastiman porque
por fortuna ya no siento nada. ¿Que gracias a Dios no estoy en la calle? ¿Dios?
Esto no tiene nada que ver con Dios, solo tiene que ver con mi realidad. Me
deterioro día a día y nadie, ni ese Dios puede impedirlo. La herida del pie sigue
creciendo, ¿llegará el momento en que me corten el pie? O quizá, ¿me corten los
pies? ¿Debo seguir mirando hacia el
infinito sin ver nada? ¿Esperando qué o a quien? ¿Tengo que continuar
humillándome? ¿Por qué?... ¡Ah, es que estoy con vida y deben respetarla! ¡“Estoy
vivo” y “alimentándome”!. Lo hago, cuando alguien me acerca un poco de gelatina, jugos o
dieta blanda porque el guargüero ya no quiere recibir ni agua, demuestro que
tengo esperanza de vida, porque sigo recibiendo alimento. ¿Tengo que seguir existiendo así? ¡Sin sentir,
sin ver, sin reír!, ¿sin poder disfrutar del sol o la lluvia?, ¿eso es vida? ¿Eso
es vida?¿Verdaderamente tienen que respetar mi derecho a ésta vida
miserable? ¿En verdad creen que deben respetar esta dignidad de vida indigna que no
merezco? ¡No soy yo y quiero irme de una vez. ¡Por favor ayúdenme a morir con
la poca dignidad que me queda! María
Soledad Rico Sanin
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