TANAINA

martes, 19 de mayo de 2015

Hace varios años, murió mi hermana

Carolina era alegre, despierta, curiosa, dulce, generalmente amorosa pero tenía su genio. Parecía que iba a ser una mujer fuerte y de enérgica personalidad. Se murió de repente a causa de un aneurisma cerebral. Las circunstancias que rodearon su muerte se parecen al guión de una película con un final triste e inesperado.  Lo vivimos y jamás hemos dejado de recordar aquellos días tan tristes. Ya han pasado muchos años pero cada 19 al 23 de mayo, revivimos aquellos momentos de dolor y de agonía que vivieron mis padres; revivimos los días que sufrimos todos. Perder nada menos que a nuestra hermanita menor nos cambió la vida.


Cuando las personas mueren se proyecta en nuestra mente imágenes de los momentos que compartimos y en el alma quedan los recuerdos de lo que vivió, de lo que quizá, legó y lo que hizo en el tiempo que estuvo presente. Pero, cuando el que muere es un ser querido como el padre, la madre, un hermano o hermana, un hijo o el esposo; los recuerdos son un tesoro incomparable y los perpetuamos en el corazón. No se borran, el tiempo triste se detiene y en cada aniversario nos conmemora al ser querido que jamás regresara.  Esas remembranzas forman parte de nuestras vidas y se convierten en un referente a la hora de desafiar el día a día y de valorar a los seres queridos que aún conservamos. Aprendemos a evaluar el sentido de la vida y luchamos para ir creando caminos y disfrutar de la compañía de los seres que amamos. También, valoramos cada instante, porque no sabemos cuánto tiempo viviremos. Recuerdo a Carolina, a la hermana que vino a este mundo por poco tiempo pero que se quedó eternamente en el corazón de quienes compartimos con ella.  

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